
COLOMBIA TAMBIÉN PUEDE
Hablar del crecimiento verde en Colombia no es nada nuevo. En las campañas políticas siempre se escucha la promesa por el compromiso con un modelo de desarrollo basado en la sostenibilidad ambiental. El objetivo, dicen estos políticos, no solo es mayor productividad laboral y beneficio social, sino la mitigación del gasto de nuestros recursos naturales y la estabilidad para afrontar la actual crisis medioambiental. El asunto es que, para ello, se debe reorientar al país hacia el concepto de la bioeconomía y esto es muy difícil. Durante la presidencia de Juan Manuel Santos se presentó la Misión de Crecimiento Verde del Departamento Nacional de Planeación en la cual se expuso la importancia de encaminarse a las energías renovables: la energía solar, la energía eólica y la energía mareomotriz. Uno de los puntos que más se tocó fue el facilitar el acceso a tecnologías eficientes y sostenibles. El problema es que, para ello, se requiere una real inversión estatal.
Sin la necesidad de cambios drásticos inmediatos, hay iniciativas sostenibles con estas nuevas tecnologías que podrían ser aplicadas en el país, gracias a la prueba de sus resultados tan beneficiosos en otras partes del mundo. En Alemania, por ejemplo, existe desde 2010 un gimnasio que genera electricidad mediante el uso de las máquinas de ejercicio. La energía producida por las personas que hacen cardio o bicicleta ayudan a alimentar las propias instalaciones, e incluso abastece al propio vecindario en el que está ubicado el mismo. Estos espacios están hechos, desde su construcción, de materiales eco amigables y buscan disminuir al máximo su producción de residuos. Funciona de la misma forma el Eco Gym en Nueva York, donde la motivación de los clientes no está solo en sus cuerpos, sino en aportar al ambiente. En Londres existe otro gimnasio, llamado Terra Hale, donde no solo se presta un espacio para ayudar al planeta pedaleando, sino que se trabaja la cultura sostenible con sus clientes. Este lugar no permite el ingreso de botellas de agua de plástico, por ejemplo, y constantemente se les explica a las personas cuáles son las alternativas de consumo para las prendas del gimnasio y los implementos fitness hechos de materiales reciclables. La educación ambiental es parte de su promesa de valor y el resultado es la concientización ciudadana.
Otro ejemplo está en la electrificación del transporte. En Holanda todos los trenes funcionan con energía eólica. Esto se logró gracias a que el país incrementó los campos con molinos de viento. Los cálculos sobre la energía generada por un solo molino de viento que ha trabajado de forma continua, por una hora, indica que dicha energía generada es la suficiente para que un tren recorra 193 kilómetros. Así es como se moviliza la población. En Colombia se debería adaptar esta política masiva. El análisis 'Transporte y tecnología en América Latina: ¿Qué tan en el futuro estamos?' del Banco Mundial asegura que, si 22 ciudades de América Latina reemplazaran su flota actual de buses y taxis por vehículos eléctricos, para 2030 se ahorrarían casi 64.000 millones de dólares en combustibles fósiles y se reducirían 300 millones de toneladas equivalentes de dióxido de carbono. La ganancia real es el bienestar de los ciudadanos por la mejora en la calidad del aire. Casi 4.000 muertes se debieron a la contaminación del aire durante 2020, de acuerdo a un reporte de Greenpeace y esto fue solo en Bogotá. Para combatirlo se han implementado leyes como la compensación con días libres remunerados por llegar en bicicleta al trabajo o la eliminación de aranceles para los carros eléctricos. Aun así, en Colombia solo 0,02% de los vehículos son eléctricos. La iniciativa debe venir del servicio público. Medellín ha sido un buen inicio. La ciudad, con el objetivo de volverse la primera “ecociudad” del país, cuenta con 64 buses eléctricos desde 2019. Mientras, Bogotá sigue atascada en los buses diésel como base del sistema de transporte desde la administración de Enrique Peñalosa. Aun así, la actual alcaldesa, Claudia López, ha presentado un nuevo Plan de Ordenamiento Territorial, con el objetivo de descarbonizar las flotas en la ciudad, es decir, que el transporte público se vuelva eléctrico, que el transporte de carga pase a gas y que la gente pueda movilizarse cada vez más a pie, en bici y en otros medios de micromovilidad.
Otra apuesta distrital está en Bogotá como la capital ciclística de Latinoamérica. Para esto, hoy en día ya se cuenta con 630 km de vía exclusiva para las bicicletas. Sin embargo, no es tan bonito como suena. The Guardian publicó un artículo titulado “Capital ciclística de la muerte”, refiriéndose a la mismísima Bogotá. Los motivos: la inseguridad y los accidentes. El robo a los ciclistas o los problemas con otros vehículos que comparten las mismas calles son una realidad. Esto último se debe, en parte, a que se ha restado espacio de las vías para los carros, cogestionando aún más el tráfico habitual. Muchas calles de la ciudad se han vuelto de una sola vía y esto hace imposible el flujo del transporte. Las cifras son muestra de ello; en 2019 fallecieron 62 ciclistas en la ciudad. Todavía queda mucho por hacer.
Existen otras innovaciones muy interesantes que pueden llegar al país. El Trash Wheel es una máquina que tiene la capacidad de recoger bolsas de plástico, envases de espuma de poliestireno, colilla de cigarrillos y cualquier otro residuo del agua. Esta noria, con forma de caparazón de caracol, limpia el puerto de Inner Harbor en Baltimore, Maryland. Está construido por paneles solares que le permiten abastecerse y funcionar con energía natural. En su más de año y medio operando, el señor Trash Wheel ha extraído del agua unas 350 toneladas de basura del puerto. En Colombia, la contaminación de las fuentes hídricas por el exceso de desechos pone en peligro al ambiente y a las poblaciones que dependen de estos cuerpos de agua para su subsistencia. A pesar de que la mayor contaminación es causada por los agroquímicos y los vertimientos industriales, la basura de los desechos domésticos afecta la calidad del agua, volviendo este un problema de salud pública y de negligencia con las especies vegetales y animales presentes —pensemos, por ejemplo, en los manglares—. El trabajo ambiental no debe ser solo de prevención y mitigación, sino de hacerse cargo de las consecuencias. La cultura de los desechos del colombiano promedio está en limitarse a pagar la cuota de aseo. La información y la innovación puede combatir esto.
Así como pedalear, también se puede caminar. En tiempos pandémicos las restricciones a la movilidad han disminuido el tráfico peatonal en las calles. Empero, mientras las ciudades se recuperan, se puede ir planteando la posibilidad de generar energía con la caminata de los colombianos. El Westfield Stratford City, uno de los centros comerciales más visitados del este de Londres, implementó baldosas que convierten los pasos de las transeúntes en energía renovable. PaveGen Systems, la empresa responsable de esta tecnología, calcula que con solo un paso se pueden generar alrededor de siete voltios. La placa, hecha de materiales reusables, consume solo 5% de esa energía producida. El éxito de este proyecto no solo está en la sostenibilidad de las instalaciones, sino la generación de un compromiso ciudadano con trabajar, o más bien, caminar por cambiar el mundo. La implementación de estas nuevas tecnologías funcionaría en Colombia, en primer lugar, como motivación pedagógica colectiva hacia estilos de vida más conscientes, sin mayor esfuerzo ni gasto personal.
En base a la teoría de la oferta y demanda, otra iniciativa gubernamental debería estar encaminada al diseño de políticas públicas que incentiven el eco consumo y las metas trazadas de sostenibilidad. El apoyo económico a los emprendimientos verdes, la búsqueda por menos trabas burocráticas para la formalización de este tipo de negocios y la promoción de pedagogías sobre la consciencia para ver el proceso más allá del simple objeto material, deberían ser prioridad. Incluso, el trabajo mano a mano con el sector privado puede generar mayor impacto. Sumado a esto, decretos como la prohibición de venta de plásticos de un solo uso —como en Jamaica, Belice, Barbados, Dominica, Granada, entre otros—, las metas para la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, la reivindicación con la decisión de glifosato y una exploración petrolera sustentable, sin llegar al fracking, deben volver a la cima de la agenda política. A fin de cuentas, el crecimiento verde no tiene porqué ser una utopía.